domingo, 8 de junio de 2008

¿Y si gana el no?

Creo que no recibí o perdí el memo que explicaba lo que era el famoso candado constitucional que anterior al tiempo de la Asamblea Constituyente, evitaba que se hicieran reformas a nuestra Carta Magna. Si alguien fuese tan amable de explicarme, pero en palabras planas, para oídos de pueblo que en esta entrada me sería útil para lograr algunas soluciones.
¿Y si gana el no? Esa es mi pregunta. Si en el referéndum, el pueblo se pronuncia negativamente al trabajo en consenso realizado por los señores asambleístas, ¿qué haremos luego los ecuatorianos? Por supuesto, no quedarnos cruzados de brazos. Entramos en una corriente de cambio y tropezar con una represa que quiera frenar esta fuerza sería fatal. Definitivamente, la constitución tendrá que ser reformada para que se contextualice a los cambios que estamos experimentando en aspectos sociales, económicos, tecnológicos, etc. Tal vez, para empezar esta entrada más apropiadamente, puedo imaginar los diferentes entornos de una respuesta negativa.
La primera, un presidente cobarde que renuncia a su puesto porque no sabe o no cree poder trabajar con condiciones no gratas a su gestión y sin la mayor herramienta de su lado. Es decir, una Constitución hecha a la medida de sus necesidades. Me doy cuenta que "la mentira repetida mil veces se convierte en verdad" cada vez que el Econ. Correa habla. Cuando dice, por ejemplo, que la delincuencia (por citar uno de tantos), está bajando (en particular en Guayaquil) cuando los que vivimos en la ciudad (él no) sabemos que no podemos andar, sea de día sea de noche, tranquilos y libres. Estoy seguro que a estas alturas de la repetida amenaza "si no es como yo quiero, renuncio", más de un adepto a tal idea está favorable al pensamiento de un primer mandatario renunciante. Otro desacierto más cortesía de la mediocridad. Un cambio más que se necesita hacer en la constitución nueva. No permitir que cualquiera pueda llegar a sentarse en potenciales tronos de oligarquía. Y así, llego a mi segundo escenario ficticio.
El congreso será restaurado y el pueblo no querrá que regrese la antigua estructura tan repudiada. Se tomarán atribuciones, con la diferencia que si bien antes teníamos un presidente con constantes señas de resentimientos sociales (a los ricos, a los opositores), veremos un congreso lleno de resentidos. Un mal grande para el país es la polarización de poderes. Tres en concreto que no tienen fórmulas contemporáneas para que puedan trabajar en sinergia. Es importante, que así como el poder ejecutivo, también otras instancias de poder (incluso ya vemos la ridícula potencia en manos del Tribunal Electoral al destituir a los diputados inconstitucionalmente) no puedan acaparar el timón de destino de esta barca llamada país. Una nueva carta constitucional no puede hacerse con fecha límite sino que por sentido común, porque el ser humano es sujeto de cambio, tiene que prever la constante evolución de los tiempos y espacios, del pensamiento y el querer, de los seres en modo universal.
Soy educador y una de las premisas que suelo poner en el salón de clases (físico y virtual) es: los problemas se quedan en la puerta; las soluciones y el diálogo son bienvenidos. Ante una situación (o varias), existirán tres, cuatro, miles de posibles maneras de llegar al éxito. Este país necesita más creatividad, más apertura de mente. Menos temor del fracaso y del error (ambos controlables) para atreverse a intentar a propuestas (insisto, propuestas y no imposiciones) que permitan educar al pueblo.
Estoy seguro que en un mundo de colores básicos, la existencia del verde podría ser utópico, el morado podría ser blasfemo, y el naranja retrógrado. Pero están ahí, existen y el país no puede cerrarse a tres miserables maneras de pensar. Necesita ver la riqueza de los colores y en su belleza.
Si gana el no, podría pasar algo no contemplado aquí. Y si gana el no, ¿qué podría pasar?

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