Primero unas debidas disculpas para quienes con mucha gentileza ingresan a este espacio para leer mis entradas. La pasión por los temas de interés social se ha diludido por otros no menos importantes que han -con justa razón- acaparado mi atención.
Camino hacia Las Peñas, acá en Guayaquil, desde la Cdla. La Alborada, miraba con nuevos ojos la Terminal Terrestre. Luminosa (era de noche), grande, nueva, limpia (una característica que descansa al alma). Taxistas afuera esperaban calmados y organizados un posible cliente. A su vez, conversaba con quién me hacía la carrera sobre el posible resultado del próximo referéndum. Es leyendo una columna de Gabriela Calderón por quién aprendí a tomar la temperatura de la sociedad a través de los taxistas.
Salieron muchos temas. Yo por mi parte suelo preguntar a ellos cuánto tiempo han vivido en Guayaquil y si recuerdan los cambios (para bien o mal) y sobre todo, sus progresos.
Es diferente hablar en tiempo pretérito, presente, futuro. El modo le da otro color (aquí una lección gratis de castellano). El indicativo es real. El subjuntivo potencial (posible). Los políticos que me hablen en indicativo me dan más confianza. Puedo discutir claramente sus posturas. Por el contrario, los discursos en subjuntivo me dan aversión (sin querer aquí acudir a la sentencia apocalíptica de las náuseas que siente el dios cristiano por los tibios) porque son irreales y juegan con la percepción. De buenas intenciones está el infierno empedrado. ¿Recuerda usted propuestas de campañas que adoquinen este camino?
Yo me siento a gusto en mi ciudad viendo la parte llena de su botella (la vacía me la reservo de comentar). De otras ciudades desconozco los lugares seguros. En Guayaquil puedo dar fe al visitante dónde puede transitar con un generoso porcentaje de baja delincuencia. La capital costeña tiene elementos muy positivos de facto: transporte masivo, excelentes terminales de transportación, atractivos turísticos (vaya que los hay), herencia heroica. Guayaquil es como ciudad una escuelita imitable de ejemplo. Incluso de envidia y de la buena. Recalco lo imitable y no lo envidiable. La actitud del perro del hortelano tenemos que desterrarla. Yo deseo que Santo Domingo tenga el mejor Registro Civil descentralizado; Machala un aeropuerto Intercontinetal (por qué no); Manta el mayor puerto del país (insisto por qué no); Babahoyo el índice más bajo de delincuencia; y aquí ponga la ciudad que usted guste con el más alto porcentaje de turismo
En la Perla del Pacífico se respiran obras. Suelo decir que las gestiones positivas no necesitan ser aplaudidas porque son obligación de los encargados de turno el realizarlas. Ahora, cambié un poco esta manera de pensar. Considerando la memoria frágil de nuestro pueblo, necesitamos, debemos recordar. Esto, para cimentar el criterio de elección responsable. Para evitar que buenos "deseos" me pongan adoquines hacia el infierno.
Camino hacia Las Peñas, acá en Guayaquil, desde la Cdla. La Alborada, miraba con nuevos ojos la Terminal Terrestre. Luminosa (era de noche), grande, nueva, limpia (una característica que descansa al alma). Taxistas afuera esperaban calmados y organizados un posible cliente. A su vez, conversaba con quién me hacía la carrera sobre el posible resultado del próximo referéndum. Es leyendo una columna de Gabriela Calderón por quién aprendí a tomar la temperatura de la sociedad a través de los taxistas.
Salieron muchos temas. Yo por mi parte suelo preguntar a ellos cuánto tiempo han vivido en Guayaquil y si recuerdan los cambios (para bien o mal) y sobre todo, sus progresos.
Es diferente hablar en tiempo pretérito, presente, futuro. El modo le da otro color (aquí una lección gratis de castellano). El indicativo es real. El subjuntivo potencial (posible). Los políticos que me hablen en indicativo me dan más confianza. Puedo discutir claramente sus posturas. Por el contrario, los discursos en subjuntivo me dan aversión (sin querer aquí acudir a la sentencia apocalíptica de las náuseas que siente el dios cristiano por los tibios) porque son irreales y juegan con la percepción. De buenas intenciones está el infierno empedrado. ¿Recuerda usted propuestas de campañas que adoquinen este camino?
Yo me siento a gusto en mi ciudad viendo la parte llena de su botella (la vacía me la reservo de comentar). De otras ciudades desconozco los lugares seguros. En Guayaquil puedo dar fe al visitante dónde puede transitar con un generoso porcentaje de baja delincuencia. La capital costeña tiene elementos muy positivos de facto: transporte masivo, excelentes terminales de transportación, atractivos turísticos (vaya que los hay), herencia heroica. Guayaquil es como ciudad una escuelita imitable de ejemplo. Incluso de envidia y de la buena. Recalco lo imitable y no lo envidiable. La actitud del perro del hortelano tenemos que desterrarla. Yo deseo que Santo Domingo tenga el mejor Registro Civil descentralizado; Machala un aeropuerto Intercontinetal (por qué no); Manta el mayor puerto del país (insisto por qué no); Babahoyo el índice más bajo de delincuencia; y aquí ponga la ciudad que usted guste con el más alto porcentaje de turismo
En la Perla del Pacífico se respiran obras. Suelo decir que las gestiones positivas no necesitan ser aplaudidas porque son obligación de los encargados de turno el realizarlas. Ahora, cambié un poco esta manera de pensar. Considerando la memoria frágil de nuestro pueblo, necesitamos, debemos recordar. Esto, para cimentar el criterio de elección responsable. Para evitar que buenos "deseos" me pongan adoquines hacia el infierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario